La historia de Edgar
Una lección sobre cómo se rehace una vida
Edgar se vio obligado a huir de Venezuela y a dejar atrás su hogar y su hija. En busca de seguridad en Bélgica, recuperó su trabajo como profesor y comenzó una nueva vida.


Tenía que hacer algo
Edgar se vio obligado a huir de Venezuela y a dejar atrás su hogar y su hija. En busca de seguridad en Bélgica, recuperó su trabajo como profesor y comenzó una nueva vida.
En Venezuela, llevaba una vida normal. Me gusta la informática. En la universidad, estudié Ciencias. Un día, mi hermano, que era profesor, no pudo dar una clase, así que lo sustituí para ayudarlo. Ese día, descubrí mi pasión por la enseñanza. Antes de enseñar francés y español a tiempo completo, empecé un par de días a la semana. Me gustaba tanto enseñar... y me sigue gustando.
Enseñando, aprendía mucho. Era joven (tenía más o menos 20 años) y muchos de mis alumnos eran mayores que yo. Lo que más me apasionaba era la oportunidad de enseñar y aprender de ellos. Aproximadamente en 2015, las cosas empezaron a ponerse feas en Venezuela. La vida se volvió muy dura. Había muchas protestas y violencia. Los paramilitares armados iban en moto y lanzaban granadas de gas en las manifestaciones.
Una vida familiar destrozada
Cuando mi hija nació en 2015, era imposible alejarse más de 100 m de mi piso. La violencia callejera era tan intensa que el olor del gas y el humo entraba en casa. Evidentemente, tenía miedo.
Al verle la cara a mi hija, me di cuenta de que, si quería ofrecerle una vida mejor, tenía que hacer algo. No era rico, pero quería que tuviera un lugar seguro donde vivir y crecer. Supe que tenía que hacer algo por la seguridad de mi familia y, sobre todo, de mi hija.
Ella se mudó con su madre a otra ciudad más segura y yo tuve que abandonar el país con mi madre y mis hermanos. Dejar atrás a mi hija fue lo más duro.
Sin papeles, no tienes una vida real
Cuando llegué a Bélgica, fue difícil. Tuve que adaptarme y empezar de cero. Tenía 33 años y era refugiado, así que no era tan joven. Mi título no tenía validez en Bélgica. No tenía papeles ni documentos. Fue todo un reto. Por lo menos, hablaba francés.
Lo más difícil fue recuperar mi estatus. Tenía que encontrar trabajo para ganar dinero. Estaba a salvo, pero mi hija seguía allí y tenía que darle algo, tenía que empezar a enviar dinero. Hice muchas cosas, pero tuvieron que pasar varios años hasta que por fin pude recuperar mi situación anterior y una vida normal. Cuando eres refugiado, esa etiqueta es una gran barrera.
El día a día es un reto. Hasta las cosas aparentemente más sencillas se complican. Si no tienes un documento de identidad, no puedes comprar un teléfono para comunicarte con tu familia. Si no tienes papeles o no estás en situación legal, no tienes derecho a trabajar. Todos los días se presenta algo nuevo. Lo difícil es no perder la paciencia ni la esperanza de que todo va a salir bien y ser resiliente.
Antes de dejar Venezuela, no conocía la realidad de un refugiado. Muchas personas creen que los refugiados solo buscan una vida fácil. Pero no es algo que se elija. Los refugiados no quieren caridad, solo oportunidades. No te levantas un día y piensas: "Voy a probar suerte en Bélgica a ver qué tal me va como refugiado". En mi caso, lo principal era volver a la normalidad y a tener una vida como todo el mundo.
«Cuando los refugiados reciben ayuda para integrarse, todas las partes salen ganando siempre. Aporta diversidad y perspectivas distintas. Todo son ventajas. »

Una bonita sorpresa
La posibilidad de trabajar para IKEA fue la sorpresa más bonita que tuve desde que llegué a Bélgica. Gracias a un programa de IKEA, tuve la oportunidad de conocer a muchas personas estupendas de numerosos países y con historias muy diversas.
Llevo ya tres años y medio en la empresa. Empecé como colaborador de ventas. Antes de eso, jamás había vendido nada. Estaba nervioso, pero contento por tener un trabajo de verdad, un buen trabajo. Poco a poco, me ayudaron a cumplir mi sueño de volver a enseñar. Ahora, como especialista en formación y desarrollo, soy uno de los formadores de IKEA.
Para IKEA, los problemas con mi título no tienen importancia. Lo que importa es lo que eres y lo que puedes llegar a ser. Hay personas estupendas que trabajan en una cultura maravillosa. Incluso a nivel social, cuando digo que trabajo para IKEA, la gente me ve con buenos ojos.
La vida después de la montaña rusa
Después de la montaña rusa en la que he vivido, tengo ganas de poder establecerme y disfrutar de la vida. Ahora, vivo aquí con mi novia y su hijo, y mi verdadero sueño es poder ver físicamente a mi hija otra vez.
Actualmente, tiene nueve años y, gracias al móvil, puedo verla prácticamente todos los días. Pero no sé lo que es abrazarla o acompañarla al colegio.
El trabajo me ha permitido recuperar mi lugar en la sociedad y tener la oportunidad de hacer todo lo que me había perdido. Cuando los refugiados reciben ayuda para integrarse, todas las partes salen ganando siempre. Aporta diversidad y perspectivas distintas. Todo son ventajas.
Hay que tener la mente abierta y ser consciente de que existen otras realidades y problemas en otros países. A nivel cultural y profesional, queremos ser parte de la sociedad en la que vivimos y también tenemos mucho que aportar.